Tenemos la tendencia de pensar que hemos de emprender una búsqueda espiritual monumental para poder descubrir a Dios y a nuestra naturaleza espiritual. Mas no es necesario buscar nada ni ir a algún lado para encontrar a Dios. En el medio de toda experiencia, ya sea espiritual o mundana, yace el silencio.
El silencio es el Fundamento de Todo Ser. El místico cristiano moderno, Padre Thomas Keating dice: “El lenguaje de Dios es el silencio, todo lo demás es una pobre traducción”.
Charles Fillmore comenzó su práctica del Silencio en búsqueda de la Verdad. Él deseaba ir más allá de las contradicciones y paradojas que observaba. De modo que dijo: “Si soy Espíritu y este Dios del que tanto oigo hablar es Espíritu, de alguna manera tenemos que poder comunicarnos, de no ser así, todo esto es un fraude”. Entonces, él comenzó a sentarse en Silencio cada noche por una hora buscando contacto con Dios.
Tal como ocurre con cualquier práctica espiritual, la meditación silente tiene que ser experimentada. Debemos comprometernos a practicarla una y otra vez. Es como aprender a nadar. No podemos aprender a nadar a menos que nos metamos al agua. Al estar en aguas profundas por primera vez, puede que sintamos temor o incomodidad. Pero, mientras más tiempo pasemos allí y practiquemos, más nos sentiremos a gusto.
Desarrollaremos una destreza que ultimadamente se convertirá tan natural como la respiración. Así como el aprender a nadar no evita las aguas turbulentas, el meditar tampoco evita los disturbios en nuestras vidas. Mas, nos ayuda a navegar sobre cualquier marea que se nos presente.
La intención del Silencio es tener contacto con Dios. Apartar las distracciones del mundo y vincularnos profundamente con la esencia de nuestro ser. Practicar el Silencio, no nos “gana” nada. Más bien conecta nuestra mente consciente con Dios, Todo-Lo-Que-Es.
Al alinearnos en conciencia, al nadar en el océano del Silencio, desarrollamos un sentido interno. Experimentamos el Silencio como una base fuerte, constante y moradora que se mantiene a pesar de los altibajos del mundo. Vemos el plano de la conciencia como es y nos armonizamos con lo Eterno.
Vemos con ojos nuevos, escuchamos con oídos nuevos. Vivimos “la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento”.
¿Cómo podemos comenzar? Es bien sencillo. Sentándonos calladamente. Si necesitas de algo que te ayude, céntrate en tu respiración. Si tu mente se turba, regresa tu atención nuevamente a tu respiración. Disuélvete en el Silencio y permite que el Silencio se revele.
Dios está presente en todo aspecto de nuestras vidas. Practicar el Silencio nos lleva en conciencia a experimentar la presencia divina. Es así de sencillo. Es así de profundo.
Carolyne Mathlin
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