martes, 22 de octubre de 2013

Una jornada a la sanación

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Shirley Bowman

Hace cuatro años me sometí a una cirugía para que me retiraran la vesícula biliar. Dejé el hospital sintiéndome mareada, cansada y débil. Ya en casa, me recosté en el sofá, segura de que tomar una siesta me ayudaría a sentirme mejor. Desperté sintiéndome muy mal con nauseas y fatigada. Preocupado, mi esposo llamó al cirujano quien le dijo que aumentara la dosis de mis medicamentos, mas eso no alivió mi malestar. Mi esposo insistió en llevarme de regreso al hospital, pero yo me opuse. “No te preocupes”, le dije. “Solo dame un par de días y estaré bien. Soy enfermera; puedo cuidar de mí misma”.

Al día siguiente no tenía fuerzas para caminar. Mi esposo y una amiga me ayudaron a subir al auto y me llevaron al hospital. En la sala de emergencias, el doctor nos informó que mis riñones no estaban funcionando. En ese momento me di cuenta de que mi condición era seria, que la insuficiencia renal podría ser fatal. Estaba dispuesta a no resistirme más, o al menos eso pensé.

La enfermera de la sala de emergencias me aplicó un goteo intravenoso y también me introdujo una sonda nasogástrica para aliviar las náuseas. A mitad del procedimiento, comencé a ahogarme, no podía respirar. Entré en pánico y a pesar que casi no tenía fuerza suficiente para levantar mis brazos, intenté empujar a la enfermera.

En medio de esta lucha, sentí una presencia reconfortante cerca de mí. Era como una bola dorada radiante de energía apacible y tranquila. Desde mi interior, escuche la voz de mi amado hermano ya fallecido Russell, quien me dijo que dejara de resistirme y al mismo tiempo, sentí la presencia de mi querida hermana Sharon ya difunta, quien me dijo: “No te preocupes; todo va a estar bien. Estamos aquí contigo”. En ese momento, mi mente y corazón se llenaron de amor e infinita paz y comprendí que, a pesar de las apariencias, somos siempre sanos, completos y perfectos. Supe también que aunque muriera, estaría bien. Además, estaba segura que sería sanada. Mi cuerpo se relajó finalmente cuando dejé de resistirme y me entregué completa e incondicionalmente a Dios.La sanación no fue inmediata. Al principio, mi estado empeoró; mi pronóstico estuvo en duda. Exámenes de laboratorio confirmaron que tuve peritonitis, una infección potencialmente letal. Cuarenta por ciento de las personas que desarrollan esta infección mueren. Hubo días cuando mi familia y amigos pensaron que no iba a salvarme. Pero yo sabía en mi corazón que estaría dentro del sesenta por ciento que sobrevive.

Yo oraba y meditaba todos los días. Envié amor y agradecimiento a cada célula de mi cuerpo. Admito que hubo momentos en los que sentí lástima por mí misma, mas mi fe en Dios nunca flaqueó. Tomó seis meses para que mi salud y bienestar innatos se manifestaran completamente. Sin embargo, creo que mi salud estuvo asegurada desde el momento en que dejé de resistirme y me entregué a Dios; cuando me di cuenta de que somos siempre sanos, completos y perfectos. Nada puede cambiar eso, ni siquiera la muerte.

Ahora tengo una mayor comprensión de lo que significa dejar ir y dejar a Dios actuar. Sé que si quiero que mis circunstancias o condiciones mejoren, he dejar de resistirme y aceptar lo que es. Resistirse solo prolonga la agonía e incluso puede empeorar las cosas. Cuando aceptamos lo que es y confiamos en el Espíritu, cocreamos el cambio que queremos ver. Cuando nos entregamos a la Presencia y el Poder de Dios que obra en y a través de nosotros, sentimos la paz y el amor divinos, experimentamos la plenitud. Hoy agradezco mi vida y celebro cada día. Doy gracias por mi viaje milagroso hacia la salud.


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